El espionaje industrial está mucho más presente en nuestro día a día de lo que podemos pensar. Datos de tu empresa, proyectos o presupuestos pueden verse comprometidos ante una negligencia de algún miembro de tu compañía, por alguna actuación de mala fe de la competencia, o de un tercero.
El espionaje corporativo se define como la obtención de información confidencial o sensible de la competencia. En nuestro país, el secreto industrial está regulado por la Ley 1/2019 de 20 de febrero, de Secretos Empresariales, así como por los artículos 278 a 280 del Código Penal.
Este puede referirse a tres ámbitos fundamentales: los procesos de fabricación o industriales de una compañía, al apartado comercial (clientes, presupuestos, política de precios y costes, proveedores…), o los que afectan a la parte organizativa, que incluye tanto la situación económica como las relaciones de la propia compañía con terceros.
Espionaje industrial: los secretos salen a la luz
Para ilustrar la importancia del secreto empresarial, aquí tienes tres grandes casos de espionaje corporativo que quizá te suenen.
Revelación de secreto empresarial en Ferrari
El primer caso está relacionado con el mundo del deporte y la venganza. En ocasiones, no se trata de negligencias ni de una competencia desleal. Pueden ser los propios empleados de tu negocio los que revelen tus secretos a sociedades rivales.
Este fue el caso de Nigel Stepney, antiguo jefe de mecánicos de Ferrari. Aspiraba a ser el nuevo jefe de pista de la escudería de Maranello, pero su ascenso nunca llegó. Como venganza, decidió filtrar los avances tecnológicos que los italianos habían logrado en su vehículo de Fórmula 1 a su máximo rival, McLaren.
Ferrari decidió denunciar ante la FIA y recibió una indemnización de 40 millones de euros. El equipo británico fue expulsado de la competición ese año como castigo. Una muestra de que es mejor tener empleados felices antes de que jueguen en tu contra.
El caso de espionaje corporativo de Procter & Gamble vs. Unilever
El segundo caso de espionaje industrial lo protagonizan dos gigantes de los productos de higiene, alimentación y hogar. Por un lado, Procter & Gamble, empresa matriz de marcas como Oral B o H&S. Por el otro, Unilever, fabricante de productos como Axe o Dove.
En el año 2001, P&G estuvo rebuscando en la basura (sí, como lo lees) de Unilever esperando encontrar avances técnicos o en la composición de los productos. Quizá sea la forma más burda y menos elegante de espionaje corporativo que se te ocurra pero, si en Unilever hubiesen seguido un Plan de Seguridad de la Información, no habrían encontrado entre sus residuos más de 80 páginas de archivos confidenciales. Eso sí, P&G se vio obligada a resarcir a su competidor por valor de 10 millones de euros
El caso de Gillete
El último ejemplo termina con el culpable en prisión por incumplir las leyes comerciales, y también tiene cierto componente de venganza. Steven Louis Davis trabajaba para Gillete, pero envió a través de medios electrónicos los bocetos de la nueva maquinilla de afeitar a tres empresas competidoras.
Como consecuencia, Davis fue condenado por robo de secretos comerciales y fraude electrónico a dos años y tres meses de cárcel. ¿El motivo de revelar el secreto empresarial? Desencuentros con sus jefes y temor a ser despedido. Un intento de cubrirse las espaldas por si perdía su empleo.
Como ves, el espionaje industrial es más habitual de lo que creemos, existe en todos los niveles empresariales y ni las más prestigiosas firmas se salvan. Por eso, son necesarias una serie de medidas para mantener a salvo los avances de tu empresa y no ser víctima de un delito que puede tener importantes consecuencias para tu negocio.